miércoles, 15 de mayo de 2013

FRANZ KAFKA UN MENSAJE IMPERIAL


Un Mensaje Imperial Franz Kafka
UN MENSAJE IMPERIAL
Franz Kafka
"El Emperador, tal va una parábola, os ha mandado, humilde sujeto,
quien sois la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita
distancia del sol imperial, un mensaje; el Emperador desde su lecho de
muerte os ha mandado un mensaje para vos únicamente. Ha comandado
al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha
puesto tanta importancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo
repita en el oído. Luego, con un movimiento de cabeza, ha confirmado
estar correcto. Sí, ante los congregados espectadores de su muerte —toda
pared obstructora ha sido tumbada, y en las espaciosas y colosalmente
altas escaleras están en un círculo los grandes príncipes del Imperio—
ante todos ellos, él ha mandado su mensaje. El mensajero inmediatamente
embarca su viaje; un poderoso, infatigable hombre; ahora empujando con
su brazo diestro, ahora con el siniestro, taja un camino a través de la
multitud; si encuentra resistencia, apunta a su pecho, donde el símbolo del
sol repica de luz; al contrario de otro hombre cualquiera, su camino así se
le facilita. Mas las multitudes son tan vastas; sus números no tienen fin. Si
tan sólo pudiera alcanzar los amplios campos, cuán rápido él volaría, y
pronto, sin duda alguna, escucharías el bienvenido martilleo de sus puños
en tu puerta. Pero, en vez, cómo vanamente gasta sus fuerzas; aún
todavía traza su camino tras las cámaras del profundo interior del palacio;
nunca llegará al final de ellas; y si lo lograra, nada se lograría en ello; él
debe, tras aquello, luchar durante su camino hacia abajo por las escaleras;
y si lo lograra, nada se lograría en ello; todavía tiene que cruzar las cortes;
y tras las cortes, el segundo palacio externo; y una vez más, más escaleras
y cortes; y de nuevo otro palacio; y así por miles de años; y por si al fin
llegara a lanzarse afuera, tras la última puerta del último palacio —pero
nunca, nunca podría llegar eso a suceder—, la capital imperial, centro del
mundo, caería ante él, apretada a explotar con sus propios sedimientos.
Nadie podría luchar y salir de ahí, ni siquiera con el mensaje de un hombre
muerto. Mas os sentáis tras la ventana, al caer la noche, y os lo imagináis,
en sueños.

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