miércoles, 15 de mayo de 2013

Estupidos Hombres Blancos por MICHAEL MOORE



Cap 1. UN GOLPE A LA AMERICANA

EL SIGUIENTE MENSAJE, ENVIADO DESDE ALGUN PUNTO DE AMÉRICA DEL NORTE, FUE INTERCEPTADO POR LAS FUERZAS DE LA ONU A LAS 6.00 H. DEL 1 DE SEPTIEMBRE DE 2001:

Soy un ciudadano de Estados Unidos de América. Nuestro gobierno ha sido derrocado y el presidente electo se ha visto forzado al exilio. La capital de la nación ha sido ocupada por hom­bres blancos y viejos que beben martini y llevan pechera.
Estamos sitiados. Somos el gobierno de Estados Unidos en el exilio.
No se pueden pasar por alto nuestros números. Somos 154 millones de adultos y 80 millones de niños, en total 234 millones de personas que no votaron por el régimen que se ha hecho con el poder y que no nos representa.
Al Gore es el presidente electo de Estados Unidos. Obtuvo 539.898 votos más que George W Bush. Sin embargo, no es él quien ocupa el Despacho Oval. En cambio, nuestro presidente electo erra por el país como alma en pena sin dar señales de vida más que para pronunciar alguna conferencia que le permita rea­bastecer su reserva de bizcochos.
Al Gore ganó. Al Gore, presidente en el exilio. ¡Viva el presidente Albertooooo Gorrrrre![1]
Entonces, ¿quién es el hombre que mora en el número 1600 de la avenida Perinsylvania? Es George W Bush, «presidente» de Estados Unidos. El ladrón en el poder.
Habitualmente, los políticos esperan a tomar posesión del cargo antes de convertirse formalmente en criminales. Pero éste es un caso prefabricado, que comporta un delito de allanamiento de una sede federal: hay un okupa en la Casa Blanca. Si les dijera que esto es Guatemala, se lo creerían sin más, sea cual fuere su tendencia política. Pero dado que este golpe venía en un paquete envuelto con la bandera estadounidense en su tono favorito de rojo, blanco 0 azul, sus responsables creen que van a salirse con la suya.
Éste es el motivo por el que, en nombre de los 234 millones de americanos a quienes han tomado como rehenes, he solicitado a la OTAN que haga lo que ya hizo en Bosnia y en Kosovo, lo que Estados Unidos hizo en Haití, lo que Lee Marvin hizo en Doce del patíbulo:
¡Manden a los marines! ¡Lancen misiles SCUD! ¡Tráigannos la cabeza de Antonin Scalia![2]
He cursado una solicitud personal al secretario general de la ONU, Kofi Annan, para que atienda nuestra petición. Ya no so­mos capaces de gobernarnos ni de celebrar elecciones libres y limpias. ¡Necesitamos observadores, tropas y resoluciones de la ONU!
¡Maldita sea, queremos a Jimmy Carter!
Por fin nos hemos rebajado al nivel de una república bana­nera cualquiera. Y ahora nos preguntamos por qué deberíamos molestarnos en levantarnos cada mañana para trabajar como bu­rros con el fin de producir bienes y servicios que sólo sirven para enriquecer más a la Junta y sus cohortes de la América Empresa­rial (un feudo autónomo en el seno de Estados Unidos al que le está permitido ir por libre). ¿Por qué hemos de pagar impuestos para financiar su golpe? Qué sentido tendrá mandar a nuestros hijos a la guerra para que se sacrifiquen defendiendo «nuestro estilo de vida» cuando esto ya no significa más que el estilo de vida de un puñado de hombres grises atrincherados en los cuarteles que tomaron por asalto junto al río Potomac?
¡Oh, Virgen Santa, no puedo más! Que alguien me pase el mando a distancia universal. Tengo que sintonizar el cuento de hadas en el que yo era ciudadano de una democracia con derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de opíparas comilonas. Aquella historia que me contaron de niño decía que yo importaba, que era igual a cualquiera de mis conciudadanos y que ninguno de nosotros podía ser tratado de manera diferente o injusta, que nadie accedería al poder sin el consentimiento de los demás. La voluntad del pueblo. América, tan hermosa. La tierra que amo. El último... brillo... del crepúsculo. Bueno, ¿cuándo llegarán las fuerzas de pacificación belgas?
El golpe se fraguó mucho antes que la mascarada de las elecciones del año 2000. En el verano de 1999, Katherine Harris, que merece el título honorario de hombre blanco estúpido y fue co­directora de la campaña presidencial de George W Bush y secretaria del estado de Florida a cargo de las elecciones, pagó 4 millones de dólares a Database Technologies para repasar el censo del estado y eliminar del mismo a cualquier “sospechoso” de tener antecedentes policiales. Contó para ello con la bendición del gobernador de Florida, el hermano de George W., Jeb Bush, cu­ya esposa fue sorprendida por agentes del servicio de inmigra­ción tratando de introducir en el país un alijo de joyas valoradas en 19.000 dólares sin declararlo ni pagar impuesto alguno... Un delito en toda regla. Pero ¿de qué se quejan? Esto es América, y aquí no perseguimos a delincuentes ricos o emparentados con la familia Bush.
La ley sostiene que los ex convictos no tienen derecho a votar en Florida. Lamentablemente, eso significa que el 31 % de los hombres negros de Florida no puede votar por el hecho de contar con antecedentes penales (y estoy seguro de que el sistema judicial de Florida es intachable). Harris y Bush sabían que al tachar del censo los nombres de ex convictos impedirían el acceso a las urnas a miles de hombres negros.
Ni que decir tiene que los negros de Florida son demócratas en su inmensa mayoría, como quedó patente el 7 de noviembre de 2000: Al Gore recibió el voto de más del 90 % de todos ellos. De todos los que tuvieron permiso para votar, se entiende.
En lo que parece ser un fraude masivo cometido por el estado de Florida, Bush, Harris y Compañía no sólo borraron del censo a miles de negros con antecedentes, sino también a miles de ciudadanos negros que no habían cometido un delito en su vida, junto con otros miles de votantes potenciales que no ha~ bían cometido más que faltas.
¿Cómo pudo ocurrir algo así? El equipo de Harris pidió a Database ‑una empresa estrechamente vinculada a los republicanos‑ que aplicase criterios de exclusión tan amplios como fuera posible para desembarazarse de estos votantes. Sus subalternos incluso exhortaron a la compañía a incluir en su lista a personas con nombres similares a los de los delincuentes, e insistieron en que Database comprobara los antecedentes de los indi­viduos que tenían la misma fecha de nacimiento que delincuen­tes reconocidos o un número de la Seguridad Social parecido. Según las instrucciones de la oficina electoral, una coincidencia del 80 % de los datos señalados bastaba para que Database añadiera un nombre más a la lista de votantes despojados de su derecho a voto.
Estas directrices resultaban chocantes incluso para una empresa amiga como Database, pues implicaban que se prohibiria a miles de votantes legítimos ejercer su derecho el día de las elecciones por el mero hecho de tener un nombre y apellido parecidos al de otra persona o porque su fecha de nacimiento coincidiese con la de algún atracador de bancos. Marlene Thorogood, la directora de proyectos de Database, mandó un mensaje de correo electrónico a Eminett Bucky Mitchell, abogado de la oficina electoral de Katherine Harris, alertándolo de que «desgracíadamente, una programación de ese tipo podría arrojar falsos resultados positivos» o identificaciones erróneas.
No pasa nada, repuso nuestro amigo Bucky. Su respuesta: «Obviamente, más vale equivocarnos por exceso que por defec­to, y dejar que los supervisores [electorales del condado] tomen una decisión final respecto a los nombres que posiblemente no coincidan.»
Database hizo lo que se le había mandado. De un plumazo, 173.000 votantes registrados en Florida fueron eliminados a perpetuidad del censo electoral. En Miami‑Dade, el mayor condado de Florida, el 66 % de los votantes borrados del censo eran negros. En el condado de Tampa, lo eran un 54 %.
Sin embargo, Harris y su departamento parecían no tener bastante con esa selección de nombres. Ocho mil habitantes más de Florida fueron borrados del censo debido a que Database se sirvió de una lista falsa elaborada por otro estado en la que supuestamente figuraban ex convictos que se habían trasladado al estado de Florida.
La verdad del caso es que los delincuentes de la lista ya ha­bían cumplido con su condena y habían recobrado su derecho a voto. En la lista también constaban nombres de personas que sólo habían cometido alguna falta, como aparcar en lugar indebido. ¿Y qué estado fue el que decidió echar una mano a jeb y George entregando esa lista amañada?
Texas.
El chanchullo clamaba al Cielo, pero los medios de comunicación estadounidenses hicieron la vista gorda. Hizo falta que la BBC hurgara en la historia y emitiese en los telediarios de máxima audiencia segmentos de quince minutos en los que. revelaba todos los sórdidos detalles de la operación y responsabilizaba del pelotazo electoral al gobernador Jeb Bush. No hay nada más triste que tener que mirar a tu propio país desde 8.000 kilóme­tros de distancia para conocer la verdad acerca de tus elecciones. (Finalmente, Los Angeles Times y el Washington Post publicaron artículos al respecto, pero despertaron poco interés.)
Esta vulneración del derecho a voto de las minorías se extendió hasta tal extremo en Florida que llegó a afectar a personas como Linda Howell. Linda recibió una carta en la que se le ad­vertía que tenía antecedentes y que, por tanto, no se molestara en acudir a su colegio electoral pues se le impediría votar. El problema está en que Linda Howell, además de tener el expediente inmaculado, era la supervisora electoral de Madison County, Florida. Ella y otros funcionarios electorales exigieron una rec­tificación al estado, pero todas sus peticiones cayeron en saco roto. Se les dijo que todo aquel que se quejara por habérsele ne­gado el derecho a voto debía someterse a un cotejo de huellas dactilares con el fin de que el estado determinara si se trataba o no de delincuentes.
El 7 de noviembre de 2000, cuando los habitantes negros de Florida acudieron a las urnas en un número sin precedentes, muchos fueron rechazados con un rotundo «Usted no puede votar». En varios distritos de las ciudades más degradadas de Florida, los colegios electorales estaban fuertemente vigilados por la policia para impedir que votara alguien incluido en la «lista de delincuentes» de Katherine y Jeb. Se coartó el derecho constitucional a voto de cientos de ciudadanos honrados, sobre todo en barrios negros y latinos, bajo amenaza de arresto si protestaban.
Oficialmente, en Florida, George W Bush obtuvo una ventaja de 537 votos sobre Al Gore. No resulta temerario afirmar que si se hubiera permitido votar a los miles de ciudadanos negros e hispanos eliminados del censo, el resultado habría sido otro y le habría costado le presidencia a Bush.
La noche de las elecciones, después del cierre de los colegios electorales, se produjo una enorme confusión en torno al recuento de votos en Florida. Por fin, el hombre a cargo de la cobertura de la noche electoral para Fox News tomó la decisión de anunciar en antena que Bush había ganado en dicho estado y que, por tanto, la presidencia era suya. Y eso es exactamente lo que ocurrió. La cadena de noticias de la Fox declaró formalmente a Bush como ganador.
No obstante, en Tallase [3]‑ el recuento no había finalizado. De hecho, Associated Press insistió en que por el momento los resultados estaban muy igualados y se negó a seguir el ejemplo de la Fox. Sin embargo, las otras cadenas corrieron como posesas tras el señuelo de aquella emisora, temerosas de que se las viera como lentas o fuera de onda, a pesar de que sus propios corresponsales en el lugar insistían en que era demasiado pronto para declarar un ganador ¿Pero quién necesita corresponsales cuando uno juega a seguir la voz de su amo? El amo en este caso es John Ellis, el directivo encargado de la cobertura de la noche electoral por parte de la Fox. ¿Y quién es John Ellis?
Es el primo de George W y Jeb Bush.
Una vez que Ellis echó el anzuelo y todos picaron mansamente, ya no había vuelta atrás, y nada resultó más devastador psicológicamente para las posibilidades de Gore que la repentina impresión de que ÉL era un aguafiestas por pedir recuentos, demorar la admisión de su derrota e inundar los tribunales con abogados y demandas. La verdad del caso es que en aquellos momentos Gore iba por delante ‑tenía más votos‑, pero los medios de comuni­cación no se dignaron presentar la cruda verdad.
El instante de aquella noche electoral que jamás olvidaré se produjo a primera hora, después de que las cadenas anunciaran ‑correctamente‑ que Gore había ganado en el estado de Florida. Las televisiones conectaron entonces con la habitación de un hotel en Texas, donde se encontraba George W con su padre, el ex presidente, y su madre, Barbara. El progenitor se mostraba tan fresco, a pesar de que la cosa pintaba mal. Un reportero le preguntó al joven Bush qué pensaba acerca de los resultados.
«Todavía no... doy nada por hecho en Florida ‑soltó un Bush junior algo inconexo‑. Ya sé que ustedes se fían de todas esas predicciones, pero la gente sigue contando votos... Las cadenas se han precipitado tremendamente al dar los resultados y la gente que cuenta los votos tiene otra perspectiva, así que ... » Fue, sin duda, un momento insólito de la alocada noche electoral: los Bush, con sonriente serenidad, parecían una familia de gatos que acabara de zamparse una nidada de canarios. Era corno si supiesen algo que todos desconocíamos.
Y así era. Sabían que Jeb y Katherine habían cumplido con su trabajo meses atrás. Sabían que el primo John se había hecho fuerte en su feudo de la Fox. Y si todo lo demás no funcionaba, cabía echar mano de un equipo con el que papá siempre podía contar: el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Por lo que sabemos, eso es exactamente lo que pasó a lo largo de los siguientes 36 días. Las fuerzas del Imperio contraataca­ron sin piedad. Mientras Gore se concentraba estúpidamente en lograr el recuento en algunos condados, el equipo de Bush se afanaba tras el Santo Grial: los votos de los residentes en el extranjero. Un buen número de los mismos procedería de los militares, que suelen votar a los republicanos y que acabarían por dar a Bush la ventaja que no había conseguido negando el voto a negros y abuelas judías.
Gore lo sabía y trató de asegurarse de que los votos fueran debidamente examinados antes de ser contados. Sin duda, esto contradecía la petición de «dejemos que se cuenten todos los votos» que él mismo había predicado. Sin embargo, tenía de su lado la ley de Florida, que es sumamente clara a ese respecto y establece que los votos de los residentes en el extranjero sólo se pueden contar en caso de que hayan sido enviados y matasellados en otro país en fecha no posterior a la de la jornada electoral.
Sin embargo, mientras Jim Baker recitaba su letanía de «no es justo cambiar las reglas y las pautas que rigen el recuento de votos sólo porque un bando concluya que es la única manera de obtener los votos que necesita», él y sus fuerzas operativas se dedicaban justamente a eso.
Una investigación llevada a cabo en julio de 2001 por el New York Times demostraba que de los 2.490 votos de residentes en el extranjero que se aceptaron como válidos, 680 eran defectuosos o cuestíonables. Se sabe que 4 de cada 5 electores afincados en otros países votaron por Bush. Según ese porcentaje, 544 de los votos obtenidos por Bush tendrían que haber sido anulados. ¿Pillan el cálculo? De pronto, el «margen ganador» de Bush de 537 votos queda reducido a un margen negativo de 7.
Así pues, ¿cómo llegaron a contarse en favor de Bush todos esos votos? Pocas horas después de las elecciones, la campaña de George W había lanzado su ofensiva. El primer paso consistía en asegurarse de que entrara el máximo número posible de votos. Los soldados republicanos mandaron carretadas de frenéticos mensajes de correo electrónico a navíos de la marina pidiéndoles que sacasen votos de donde fuera. Incluso llamaron al secretario de defensa de Clinton, William S. Cohen (un republicano) para pedirle que ejerciera presión sobre los militares destinados en el extranjero. Éste declinó la oferta, pero no importó mucho: se enviaron y contaron miles de votos, a pesar de que parte de los mismos se había emitido en fecha posterior al día de las elecciones.
Ahora, todo lo que tenían que hacer era asegurarse de que la mayor cantidad posible de esos votos acabara en las arcas de W Y ahí empezó el verdadero atraco.
Según el Times, Katherine Harris había planeado mandar una nota informativa a sus escrutadores en la que aclaraba el pro­cedimiento para contar los votos procedentes del extranjero. En esa misma comunicación se recordaba que las leyes del estado exigían que todas las papeletas hubieran sido «mataselladas o firmadas y fechadas» a más tardar el día de las elecciones. Cuando quedó patente que la ventaja de Bush menguaba rápidamente, Harris decidió no enviar la nota. En su lugar, mandó una circular que especificaba que no era indispensable que las papeletas estuviesen mataselladas «en fecha no posterior al día de las elecciones». Vaya, vaya.
¿Qué es lo que la llevó a cambiar de parecer y jugar con la ley? Quizá no lo sepamos nunca, visto que los archivos informáticos donde constaban datos sobre lo ocurrido han sido misteriosamente borrados, lo que representa una posible violación de las floridas leyes del estado. A toro pasado, una vez que su asesor informático los hubo «comprobado», Harris permitió que sus ordenadores fueran examinados por los medios. Actualmente, esta mujer planea presentarse al Congreso. ¿Se puede tener mayor desfachatez?
Envalentonados por la bendición del secretario de Estado, los republicanos lanzaron su ofensiva para cerciorarse de que se tuviese la manga más ancha posible en el recuento. «Representación igualitaria» al estilo de Florida significaba que las reglas que regían la aceptación o rechazo de los votos por correo variaban según el condado en que uno residiese. Quizás ése sea el motivo por el que en los condados donde ganó Gore, sólo se contaron 2 de cada 10 votos timbrados en fecha incierta; en tanto que en los condados donde Bush se alzó con el triunfo se contaron 6 de cada 10.
Cuando los demócratas adujeron que los votos que no observaban las reglas debidas no debían contarse, los republicanos orquestaron una cruenta campaña para presentarlos como enemigos de todos los hombres y mujeres que arriesgaban la vida por nuestro país. Un concejal republicano del ayuntamiento de Naples, Florida, se mostró característico en su hipérbole demenci ‑«Si les alcanza una bala o un fragmento de metralla terrorista, ese fragmento no lleva matasellos ni fecha alguna.» El congresista republicano Steve Buyer de Indiana consiguió (posiblemente de manera ilegal) los números de teléfono y las direcciones de correo electrónico de personal militar con el fin de acumular relatos de militares preocupados por la posibilidad de ver su voto rechazado y ganarse de este modo la simpatía de «nuestros guerreros y gue­rreras». Hasta el león del desierto Norman Schwarzkopf intervino con la reflexión de que era «un día muy triste para nuestro país» pues los demócratas habían empezado a hostigar a los vo­tantes de las fuerzas armadas.
Toda esa presión desgastó a unos demócratas apocados y sin nervio, que acabaron por asfixiarse. En su aparición en el programa televisivo Meet the Press, el candidato a la vicepresidencia, Joe Lleberman, apuntó que los demócratas debían dejar de armar alboroto y de poner en duda la validez de cientos de votos militares por el simple hecho de que no iban «matasellados». Lleberman, como tantos otros de la nueva camada demócrata, debería haber luchado por sus principios en lugar de preocuparse por su imagen. ¿Por qué? Entre otras cosas porque el New York Times averiguó lo siguiente:

- 344 papeletas no presentaban prueba alguna de haber sido enviadas en fecha no posterior al día de las elecciones.
- 183 papeletas llevaban matasellos de Estados Unidos.
- 96 papeletas no tenían la acreditación debida.
- 169 votos procedían de personas no inscritas en el censo electoral, venían en sobres sin firmar o fueron emitidos por gente que no había solicitado el voto.
- 5 papeletas llegaron después de la fecha límite del 17 de noviembre.
- 19 votantes en el extranjero ejercieron su derecho por par­tida doble, y se les contó el voto en ambas ocasiones.
Todos estos votos contravenían las leyes del estado de Florida aun así, acabaron contándose. ¿Queda suficientemente claro? ¡Bush no ganó las elecciones¡ Las ganó Gore. Esto no tiene nada que ver con los votos aparentemente defectuosos ni con la violación evidente del derecho a voto de la comunidad afroamericana de Florida. Sencillamente, se violó la ley. Todo está documentado, y todas las pruebas disponibles en Tallahassee demuestran que las elecciones se sirvieron en bandeja a la familia Bush.

La mañana del sábado 9 de diciembre de 2000, el Tribunal Supremo tuvo noticia de que los recuentos en Florida, a pesar de todo lo que había hecho el equipo de Bush para. amañar las elecciones, favorecían a Al Gore. A las dos de la tarde, el recuento no oficial mostraba que Gore estaba alcanzando a Bush: «¡Sólo 66 votos por debajo y avanzando!», anuncio un apasionado locutor. El hecho de que las palabras «Al Gore va por delante» no se oyeran jamás en la televisión estadounidense resultó decisivo para la victoria de Bush. Sin tiempo que perder, los malos hicie­ron lo que debían: a las 2.45 de la tarde, el Tribunal Supremo detuvo el recuento.
El tribunal contaba entre sus miembros con Sandra Day O'Connor, nombrada por Reagan, y estaba presidido por WiIllam Rehnquist, hombre de Nixon. Ambos eran septuagenarios y esperaban poder retirarse bajo una administración republicana para que sus sucesores compartieran su ideología conservadora. Según testigos, en una fiesta celebrada en Georgetown la noche de las elecciones, O'Connor se lamentó de no poder permanecer otros cuatro u ocho años en el cargo. Bush junior era su única esperanza de asegurarse un feliz retiro en su estado natal de Ari­zona.
Entre tanto, otros dos jueces abiertamente reaccionarios se encontraron ante un conflicto de intereses. La esposa de Claren­ce Thomas, Virginia Lamp Thomas, trabajaba para la Heritage Foundation, un destacado think tank conservador de la capital; sin embargo, George W. Bush acababa de contratarla para que le ayudara a reclutar colaboradores con vistas a su inminente toma del poder. Al mismo tiempo, Eugene Scalia, hijo del juez Antonin Scalia, era abogado del bufete Gibson, Dunn & Crutcher, el mismo que representa a Bush ante el Tribunal Supremo.
A pesar de ello, ni Thomas ni Scalla apreciaron conflicto de intereses, por lo que se negaron a retirarse del caso. De hecho, cuando el tribunal se reunió, Scalla fue quien dio la tristemente célebre explicación de por qué debía detenerse el recuento: «El recuento de votos que son cuestionables legalmente amenaza irreparablemente, a mi parecer, con perjudicar al demandante [Bush] y al país, al ensombrecer lo que él [Bush] considera que es la legitimidad de su triunfo en estas elecciones.» En otras palabras, si dejamos que se cuenten todos los votos y éstos acaban por dar la victoria a Gore, no hay duda de que eso entorpecerá la capacidad de Bush para gobernar una vez que lo hayamos nom­brado presidente.
Y no le faltaba razón: si los votos demostraban que Gore había ganado ‑y eso fue lo que sucedió‑, no sería descabellado suponer que los ciudadanos perderían algo de su fe en la legitimidad de la presidencia de Bush.
Para defender su decisión, que justificaba el robo, el Tribunal Supremo echó mano de la cláusula relativa a la protección igualitarla de la Decimocuarta Enmienda, la misma enmienda que ha­bía desestimado de manera flagrante a lo largo de los años cuando los negros recurrían a ella para luchar contra la discriminación racial. Adujeron que, dada la diversidad de métodos de recuento, los votantes de cada distrito no estaban siendo tratados por igual y, por tanto, se estaban violando sus derechos. (Resulta curioso que sólo los disconformes en el tribunal mencionaran que el anticuado equipamiento electoral, que se había utilizado sobre todo en los barrios pobres o habitados por minorías, había creado en el sistema una desigualdad totalmente diferente... y mucho más turbadora.)
Finalmente, la prensa se decidió a llevar a cabo su propio recuento, contribuyendo con su granito de arena a la confusión pública reinante. El titular del Míamí Herald decía: «La revisión de votos que da como ganador a Bush habría superado la prueba del recuento manual.» Pero más abajo se podía leer el siguiente párrafo, perdido en medio del artículo: «La ventaja de Bush se habría desvanecido si el recuento se hubiera llevado a cabo bajo las pautas severamente restrictivas que algunos republicanos defendían [ ... ]. Los encargados de la revisión concluyeron que el resultado habría sido otro si cada panel de escrutadores de cada condado hubiera examinado cada uno de los votos [ ... ]. [Si se hu­biese aplicado] el criterio más inclusivo [es decir, un criterio que tuviese en cuenta la auténtica voluntad de todo el pueblo], Gore habría ganado por 393 votos [ ... ]. Si se hubiesen registrado los votos que [parecían indicar] un fallo bien en la maquinaria electoral, bien en la capacidad del votante para usarla [ ... ] Gore habría ganado por 299 votos.»
Yo no voté por Gore, pero creo que cualquier persona justa concluiría que la voluntad del pueblo de Florida le era favorable. Da igual si lo que corrompió los resultados fue el desastre del recuento o la exclusión de miles de ciudadanos ne£rros: no cabe duda de que el pueblo había elegido a Gore.
Es posible que no exista peor ejemplo de la abusiva negación del derecho a un escrutinio justo que la que se dio en el condado de Palm Beach. Se ha hablado mucho de la «papeleta mariposa», que daba lugar a equivocaciones porque en ella los nombres de los candidatos y las casillas que había que perforar están desali­neadas respecto de los nombres de los candidatos. Los medios de comunicación no dejaron de señalar que la papeleta había sido diseñada por uno de los miembros de la comisión electoral del condado, una demócrata, y que una junta local de mayoría demócrata le había dado su visto bueno. ¿Qué derecho tenía Gore a quejarse si su propio partido era el responsable del defectuoso diseño de la papeleta?
Si alguien se hubiera molestado en comprobarlo, habría des­cubierto que uno de los dos «demócratas» del comité ‑la diseñadora de la papeleta, Theresa LePore‑ era una republicana que había cambiado su afiliación en 1996. Luego, justo tres meses después de que Bush accediera al cargo, renunció como de­mócrata y se registró como independiente. En la prensa, nadie se molestó en preguntarse qué estaba pasando en realidad.
Así las cosas, el Palm Beach Post estima que más de 3.000 votantes, en su mayoría ancianos y judíos, que creían estar votando por Al Gore, habían perforado la casilla equivocada, dándole su voto a Pat Buchanan. Hasta el propio Buchanan salió en televisión para declarar que esos judíos no habían votado por él ni de coña.

El 20 de enero de 2001, George W. Bush se apostó al fren­te de su junta en los escalones del Capitolio y, en presencia de Relinquist, presidente del Tribunal Supremo, pronunció el jura­mento que hacen todos los presidentes al asumir el cargo. Una lluvia fría y persistente cayó sobre Washington durante todo el día. Los nubarrones oscurecían el sol, y el recorrido del desfile hasta la verja de la Casa Blanca, abarrotado en ocasiones simila­res por decenas de miles de ciudadanos, aparecía inquietante­mente desierto, salvo por los 20.000 disconformes que abuchea­ron a Bush a lo largo del trayecto. Enarbolando pancartas que lo acusaban de haber robado las elecciones, los empapados ma­nifestantes se erigieron en conciencia de la nación. La limusina de Bush no pudo sortearlos y, en lugar de una muchedumbre de partidarios entregados, lo recibió una multitud movilizada para recordar a un gobernante ilegítimo que él no había ganado las elecciones y que el pueblo no lo olvidaría.
En el punto donde todos los presidentes electos, desde Jimmy Carter, se han apeado de sus limusinas para recorrer a pie las cuatro últimas manzanas (como recordatorio de que somos un país gobernado no por reyes, sino por nuestros iguales, al menos en teoría), el vehículo de Bush, con blindaje triple y las lunas tintadas de negro ‑a la manera de los gánsters‑, frenó en seco. La multitud coreaba cada vez más alto: ¡VIVA EL LADRON! Se podía ver a los del servicio secreto y a los consejeros de Bush apiñados bajo la gélida lluvia, tratando de decidir qué hacer. Si Bush salía para caminar hacia la Casa Blanca, lo abuchearían, lo acallarían a gritos y lo acribillarían a huevazos. La limusina permaneció allí durante unos cinco minutos. Seguía lloviendo y, efectivamente, varios huevos y tomates impactaron en el coche, mientras los manifestantes retaban a Bush a salir y encararse con ellos.
De pronto, el coche del presidente se puso en marcha y avan­zó calle abajo. Habían decidido darle gas y salir cuanto antes de entre el gentío. Los agentes del servicio secreto que corrían junto a la limusina se rezagaron, y los neumáticos del coche los salpicaron con el agua sucia de la calle. Es una de las mejores escenas que he presenciado jamás en Washington D. C.: un aspirante al trono de Estados Unidos forzado a escabullirse de miles de ciudadanos estadounidenses armados únicamente con la verdad y los ingredientes de una buena tortilla.
Después de apretar el acelerador, la Mentira Americana corrió a refugiarse en la caseta acorazada construida enfrente de la Casa Blanca. Buena parte de la familia Bush y de los invitados ya había abandonado el lugar para guarecerse. Aun así, George se quedó allí, saludando orgulloso a las bandas de música con sus instrumentos inutilizados por el aguacero y el prolongado desfile de carrozas empapadas y deshechas. De vez en cuando pasaba un descapotable en cuyo interior viajaba, calada hasta los huesos, alguna de las celebridades que Bush había convencido para que lo honraran con su presencia: KeIsey Grammer, Drew Carey, Chuck Norris. Al final del desfile, hasta sus padres habían desertado para ponerse a cubierto y Bush permanecía solo en la caseta, como una sopa. Era una visión patética: el pobre niño rico segundón que reclama su premio sin que nadie lo anime.
Pero más tristes todavía estábamos los 154 millones de personas que no habíamos votado por él. En un país de 200 millo­nes de votantes, resulta que éramos mayoría.
Y sin embargo, ¿qué otra cosa iba a pensar George en esos momentos sino «todo esto me la suda»? Ya había mogollón de manos contratadas para instalarse en la Casa Blanca y mover los hilos de su presidente marioneta. Los viejos amiguetes de papá regresaban a Washington para echar una mano, y Georgie no te­nía más que ponerse cómodo y presentarse como alguien con capacidad para delegar. Los titiriteros habían tomado las riendas y el negocio de gobernar el mundo podía fácilmente dejarse en sus manos.
¿Y quiénes eran estos intachables pilares patrióticos de la junta Bush? Representan a las humildes y generosas filas de la Amé­rica empresarial y aparecen ennumerados más abajo, para facilitar su identificación a las fuerzas de Naciones Unidas y de la OTAN cuando lleguen a apresarlos para restaurar el orden y la democracia. Miles de ciudadanos agradecidos abarrotarán las plazas y avenidas para jalearlos a su llegada.
A título personal, yo me contentaría con un juicio múltiple emitido por televisión y con su deportación inmediata a una au­téntica república bananera. ¡Díos bendiga a Estados Unidos de América!

QUIÉN ES QUIÉN EN EL GOLPE
Presidente en funciones «Vicepresidente»: Dick Cheney
Todavía no estoy seguro de dónde viene la parte «compa­siva» del «conservaduriísmo compasivo», pero sé dónde reside el con­servadurismo. Durante seis mandatos, Dick Cheney fue congresista por el estado de Wyoming y su actuación lo situó entre los más conservadores de los 435 miembros del Congreso. Cheney votó contra la enmienda por la igualdad de derechos, contra la financiación del programa Head Start de asistencia infantil, contra una resolución de la Cámara que instaba a Suráfrica a excarcelar a Nelson Mandela y contra la cobertura médica del aborto incluso en casos de violación o incesto. Y sus hazañas no acaban aquí. Cheney ha dejado su impronta en todas las recientes administraciones republicanas, incluida la de Richard Nixon, durante la cual fue asesor adjunto de la Casa Blanca a las órdenes de Don Rummy Rumsfeld. Luego, sustituyó a Ruinsfeld como jefe de gabinete del presidente Ford. Durante la legislatura de George Bush 1, Cheney fue secretario de Defensa y embarcó al país en dos de las mayores campañas militares de la historia reciente: la invasión de Panamá y la guerra del Golfo.
Entre los dos regímenes Bush, Cheney fue director general de Halliburton Industries, una empresa petrolera que tenía tratos con gobiernos represivos corno los de Birmanla e Irak. Durante la campaña de 2000, él mismo negó que Halliburton mantuviese relación comercial alguna con Saddam Hussein. Más tarde, en junio de 2001, el Washington Post reveló que dos filiales de Halliburtón estaban haciendo negocios con Irak. ¿Pueden imaginarse la hecatombe que habría sobrevenido si los republicanos hubieran averiguado algo parecido acerca de Clinton o Gore? Por otra parte, Alaska no es el único sitio donde Cheney ha sugerido que se practiquen prospecciones. Halliburton cuenta con un sustancioso contrato para la implantación de plataformas petrolíferas en el litoral del golfo de México. Cuando lo postularon para la vicepresidencia, Cheney puso reparos para desprenderse de sus acciones en Halliburton. Supongo que intuía que los buenos tiempos estaban por llegar.

Fiscal general:John Ashcroft
El hombre encargado de supervisar nuestro sistema judicial se ha opuesto sistemáticamente a la legalización del aborto, in­cluso en casos de violación o incesto; está en contra de sumi­nistrar protección contra la discriminación laboral a los homo­sexuales; votó a favor de limitar el proceso de apelaciones en casos de pena de muerte (y, como gobernador, dio el visto bueno a siete ejecuciones); ha sido un firme defensor de la más descabellada legislación antidroga. Quizás estos antecedentes nos ayuden a entender por qué perdió su candidatura al Senado contra un difunto[4] Sus esfuerzos, sin embargo, fueron profusamente recompensados por AT&T, Rent‑a‑Car y Monsanto. La compañía farmacéutica Scheríng‑Plough contribuyó con 50.000 dólares, posiblemente en agradecimiento por haber presentado el proyecto de ley que pretendía extender la patente de la compañía sobre el fármaco contra la alergia Claritin. A la postre, la ley no fue aprobada. Todos esos fondos procedentes de la industría farmacéutica quizás expliquen por qué Aslicroft votó contra la inclusión de medicamentos que sólo se expenden con receta en el programa de asistencia médica para la tercera edad. Otro con­tribuyente a su campaña, Microsoft, le entregó a Aslicroft 10.000 dólares a través de su comité de recaudación de fondos asociado con el Comité Nacional de Senadores Republicanos. Afortunadamente para ellos, perdió y hoy puede dedicarse plenamente al Departamento de justicia, es decir, cruzarse de brazos mientras el gigante informático, nuevamente exonerado del fallo judicial que habría partido la compañía en dos, campe a sus anchas bajo su mirada benévola.
En lo tocante al control de armas, Ashcroft se encuentra a la derecha (si es que eso es posible) de la Asociación Nacional del Rifle. Su primera ley a favor de esta industria como fiscal general establecía que al cabo de veinticuatro horas de la compra y revisión de datos, todas las fichas sobre el perfil de los compradores de armas serían destruidas por el Departamento de justicia (dejando al gobierno sin la menor información acerca de quién tiene un arma o qué tipo de arma tiene).

Secretario del Tesoro: Paul O'Neill
Este abanderado de la abolición de los impuestos que gravan a las grandes empresas ejerció como presidente y director general de Alcoa, el mayor fabricante de aluminio del mundo (y uno de los mayores contaminantes de Texas) antes de unirse a la ad­ministración Bush. Aunque Alcoa ya no cuenta con su propio Comité de Acción Política, ejerce como grupo de presión a tra­vés del bufete de abogados Vinson & Elkins. Este bufete, el tercer mayor contribuyente a la campaña de Bush, descubrió un resquicio legal en las normas de protección medioambiental del estado de Texas, lo que permitió a Alcoa emitir 60.000 toneladas anuales de dióxido de azufre. Alcoa también ha contribuido generosamente a las arcas de O'Nelll. Éste vendió recientemente su participación en la misma ‑que constituía una parte sustanciosa de $us 62 millones de dólares en activos, pero lo hizo ente y de mala gana, no sin antes asistir desde su puesto al incremento de su valor en un 30 %. Como secretario tesoro, O'Neill ha dicho que la Seguridad Social y la asistencia comunitaria para la tercera edad no son necesarias. Quizá sea el motivo por el que recibe una pensión anual de Alcoa de 000 dólares.

Secretaría de Agricultura: Ann Veneman
Como tantos otros miembros del gabinete Bush, la secretade Agricultura Ann Veneman cuenta con una larga carrera profesional en las administraciones republicanas. Trabajó para Ronald Reagan y para Papí Bush y, luego, fue directora del Departamento de Agricultura y Alimentación de California a las órdenes del gobernador Pete Wilson. En dicho estado, puso en práctica políticas que han ayudado a grandes corporaciones agrícolas a exprimir a los pequeños propietarios (por ejemplo, hoy día sólo cuatro empresas producen el 80 % de la carne de vacuno en Estados Unidos). Veneman, uno de los miembros más modestos del gabinete (su fortuna apenas asciende a unos 680.000 dólares), consiguió unos ingresos extra incorporándose a la junta directiva de Calgene, la primera compañía que ha comercializado alimentos manipulados genéticamente. Calgene fue adquirida por Monsanto, la mayor empresa de biotecnología del país, que, a su vez, pasó a manos de Pharmacia. La multinacional Monsanto, que donó 12.000 dólares a la campaña presidencial de Bush, está tratando de impedir que se apruebe la legislación que obligaría a identificar mediante etiquetas los ingredientes biotecnológicos de los alimentos. Veneman ha trabajado también para el Consejo de Política Internacional sobre Agricultura, Alimentación y Comercio, un grupo subvencionado por gigantes de la alimentación como Nestlé y Archer Damels Midland.

Secretario de Comercio: Don Evans
Antes de incorporarse a la administración Bush, Evans fue presidente y director general de Tom Brown, Inc., compañía de gas y petróleo valorada en 1.200 millones de dólares. Además, formó parte del consejo de administración de TMBR/Sharp Drilling. Como director de finanzas de la campaña de Bush, estableció un récord de recaudación de fondos al conseguir 190 millones de dólares. La Administración Oceánica y Atmosférica Nacional también se encuentra bajo el control de este magnate del petróleo.

Secretario de Defensa: Don Rumsfeld
Don Rumsfeld es un halcón de la vieja guardia republicana. Fue asesor de Richard Nixon en la Casa Blanca, donde trabajó junto a Dick Cheney. Mientras servía como secretario de Defensa del presidente Richard Ford y, luego, como jefe de gabinete de la misma administración, Rumsfeld fue el artífice de la invalidación del tratado de desarme SALT II que habían firmado EE. UU. y la Unión Soviética. Se ha opuesto tajantemente a cualquier tipo de control armamentístico y en su toma de posesión tildó el tratado ABM de «agua pasada». Defensor desde el primer momento del plan de defensa conocido como «Guerra de las Galaxias», Rumsfeld supervisó en 1998 una comisión encargada de calibrar la amenaza que podían representar para Estados Unidos los misiles balísticos en manos de estados «terroristas». Conocido por su alarmismo temerario, Rummy afirmó que dicha amenaza se dejaría sentir en un plazo de cinco años (la mitad del tiempo calculado por la CIA). Cuando se aburrió de bombas y misiles, ocupó el puesto de director general de la empresa farmacéutica G. D. Searle (que ahora pertenece a Pharmacia) y de General Instrument (ahora, propiedad de Motorola). Antes de incorporarse a la admi­nistración Bush fue miembro de varias juntas de administración, entre ellas las de Kellogg's, Sears, Allstate y Tribune Company (que edita el Chicago Tribune, Los Angeles Times y posee una cadena de emisoras de televisión, incluido el canal 11 de Nueva York).

Secretario de Energía: Spencer Abraham
Como senador de Michigan, Abraham demostró un talante antiecológico que la Liga de los Votantes para la Preservación Medio Ambiente le concedió una nota de 0. Se opuso a la investigación sobre energías renovables, quiso revocar el impuesto al sobre la gasolina y se le ocurrió que las prospecciones petrolíferas en Alaska eran una buena idea. Puede que ése sea el motivo por el que en el año 2000 votó por la desaparición del departamento que ahora dirige. Abraham recibió de la industria automovilística más dinero que ningún otro candidato: 700.000 es. Uno de sus mayores contribuyentes fue DalmlerChrysque forma parte de la Coalition for Vehicle Choice, una asociación privada que se opone a las normas para el ahorro energético. Este año, DaimlerChrysler tiene previsto introducir un vehículo deportivo utilitario de gran tamaño con un consumo de un litro por cinco kilómetros. No es nada nuevo: en su período de senador, Abraham también votó contra el incremento de los requisitos de ahorro energético aplicables a los deportivos utilitarios.

Secretario de Salud y Servicios Sociales: Tommy Thompson
El hombre que va a desempeñar un papel esencial en los tratos con la industria tabacalera no debería tener grandes problemas en desenvolverse con plena objetividad. Después de todo, el hecho de, que Thompson trabajara en el consejo asesor del Fondo Legal de Washington, defendiendo a quienes promovían el consumo de tabaco o de que recibiera en contribución para su campaña como gobernador unos 72.000 dólares de Phillp Morris, empresa que le pagó varios viaj es al extranjero para que promoviera el libre co­mercio, no parece motivo suficiente para pensar que éste no obrará de manera imparcial. Lástima que vendiera recientemente sus acciones de Phlillip Morris por una cifra de entre 15.000 y 50.000 dólares, pues parece que estos años van a ser la edad de oro de la nicotina
También serán buenos tiempos para los fabricantes de perchas de metal.[5] Tommy T. milita en el movimiento autodenominado «provida», por lo que se ha dedicado a obstaculizar el derecho al aborto. Como gobernador de Wisconsin obligaba a las mujeres a procurarse asesoramiento psicológico y a esperar tres días antes de someterse a una operación.

Secretaría de Interior.‑ Gale Norton
Gale Norton sigue las huellas de su mentor y predecesor, James Watt. Inició su carrera en la abogacía en la Mountain States Legal Foundation, un think tank conservador centrado en el medio ambiente, financiado por las compañías petroleras y fundado por Watt. En estrecha colaboración con este grupo, Norton ayudó al estado de Alaska a desafiar una ley sobre pesca del Departamento de Interior. Ha llegado a declarar inconstitucional la Ley de Especies en Peligro de Extinción y ha puesto en duda la validez de la Ley para la Protección del Medio Ambiente. Como abogada del bufete Brownstein, Hyatt & Farber, Norton representó a Delta Petrolcum y defendió los intereses de NL Industries, empresa contra la que se habían interpuesto varias demandas por intoxicación infantil causada por la pintura con plomo. También fue directora nacional de la Coalición de Abogados Republicanos para el Medio Ambiente, asociación financiada por la Ford y por la petrolera BP Amoco.

Secretaria de Trabajo: Elaíne Chao
Chao ha dedicado gran parte de su vida laboral al sector no lucrativo, con United Way y Peace Corps, pero también ha formado parte de los consejos de administración de Dole Focid, Clorox y de la compañía de suministros médicos C. R. Bard (que, la década de los noventa, se declaró culpable de fabricar catéteres defectuosos y de practicar experimentos ilegales con los mismos), así como del coloso Hospital Corporation of America (HCA). También ha estado en la junta de Northwest Airlines. Esta casada con el senador republicano por Kentuckv Mitch McConell

Secretario de Estado: Colin Powe11
Cuando las guerras le han dejado algo de tiempo, Powell ha 'do en las juntas de administración de Gúlfstream Aerospace AOL. Gulfstream fabrica jets para los sultanes de Hollywood y para gobiernos como los de Kuwait y Arabia Saudí. Cuando trabajaba para AOL, la empresa se fusionó con Time Warner, y el valor de las acciones de Powell subió hasta alcanzar 4 millones de dólares. Por entonces, Michael Powell, hijo de Colin, fue el único miembro de la Comisión Federal de Comunicación (FCC) que abogó por que la fusión se produjera sin impedimentos. Así las cosas, George W Bush ha nombrado a Michael presidente de FCC, y entre sus funciones está la de supervisar las actividades de AOL/Time Warner, así como cualquier intento de regulación del monopolio que detenta AOL sobre la tecnología de la «mensajería instantánea».

Secretario de Transporte: Norman Y Mineta
Se trata de un residuo de la administración Clinton: el único «demócrata» del gabinete Bush. Al igual que el resto, tiene sus contactos empresariales. En su etapa de congresista por Silicon Valley, recibió contribuciones a su campaña por parte de Northwest Airlines, United Airlines, Greyhourid, B ocing y Union Pacific. Tras retirarse, entró a trabajar en Lockheed Martin. ¿Qué mejor lugar al que ir a parar que el departamento que supervisará todas esas empresas?

Jefe de gabinete de la Casa Blanca: Andrew H. Cardft
Card fue el principal factor de presión a favor de General Motors antes de integrarse en la administración Bush. También fue director general de la ya desaparecida Asociación Americana de Fabricantes de Automóviles, que lanzó una campaña contra el control de las emisiones de monóxido de carbono y batalló con Japón por cuestiones comerciales. Card testificó ante el Congreso en representación del grupo de presión de la Cámara de Comercio de Estados Unidos contra la «Declaración de Derechos del Pasajero». Contribuyó con 1.000 dólares a cada una de las campañas fallidas de John Aslicroft y Spencer Abraham.

Director de la Oficina de Gestión y Presupuesto: Mitch DanteIsft
Daniels fue vicepresidente de la empresa farmacéutica Ell Lilly. En el cargo que ocupa ahora, se dedicará a supervisar la elaboración del presupuesto federal, tarea que conlleva decidir cuánto dinero se destinará al subsidio de medicamentos para beneficiarios de la tercera edad de la asistencia sanitaria, provisión a la que se oponen Ell Lilly y otras compañías farmacéuticas. Daniels posee acciones por valor de entre 50 y 100.000 dólares de General Electric, Citigroup y Merck.
Es tan probable que esta administración apruebe un subsidio para medicinas recetadas a las personas mayores como que Bush me invite a unas cañas.

Consejera Nacional de Seguridad: Condoleezza Rice
En agradecimiento por los servicios prestados en el consejo de administración de Chevron, Rice ha visto bautizado con su nombre un petrolero de 130.000 toneladas. Además, ha sido directiva de Charles Schwab y Transamerica, así como consejera de J. P. Morgan. Trabajó en el equipo de seguridad nacional durante el mandato de Bush I.

Asesorpolítico delpresidente: Karl Rove
Viejo amigo y defensor de Bush, Rove llegó a ser consejero de Philip Morris. Durante los cinco años en los que fue asesor del mador Bush, la tabacalera le pagó 3.000 dólares al mes para hacer de informante sobre elecciones y candidatos. Desde que ocupo su cargo en la Casa Blanca, ha estado en el ojo del huracán aprovecharse de su posición para favorecer los intereses de las empresas en las que tiene acciones. Recientemente, fue criticado por mantener encuentros con ejecutivos de Intel para discutir una fusión futura, cuando él mismo poseía acciones de dicha empresa (parte de una cartera de entre 1 y 2,5 millones de dólares). La fusión fue aprobada dos meses después de los encuentros y Rove vendió sus acciones un mes más tarde.

Asesor en la sombra delpresidente: Kenneth L. Lay
Lay es el jefe de Enron, el mayor proveedor de electricidad en Estados Unidos y máximo contribuyente a la campaña presidencial de Bush. Lay se ha servido de su estrecha relación con Bush para presionar al presidente de la Comisión Federal Reguladora de Energía con el fin de acelerar la desregulación energética. Al parecer, también ha procurado a Bush una lista de candidatos preferidos para puestos clave de la misma comisión. Gracias en parte ala crisis energética californiana, Enron se ha convertido de la noche al día en una empresa valorada en 100.000 millones de dólares. Tanto Bush como Cheney confían en los consejos de Lay hasta el punto de que algunos de los candidatos que optan a determinados puestos de la administración deben ser « entrevistados» por él antes de acceder al puesto.

Como pueden ver, amigos y vecinos, estamos ante un régimen que no se detendrá ante nada con tal de forrarse ni renunciará al poder por las buenas. Su cometido es el de explotar su poder económico y político para llevar las riendas del país y, de paso, ayudar a sus amigos a enriquecerse aún más.
Hay que detener a este hatajo de cretinos. Ya he informado a Kofi Annan de las diversas ubicaciones de estos (en su mayoría) hombres, para que las tropas de la ONU puedan aprehenderlos. Señor Annan, se lo suplico. Ustedes han invadido otros países por faltas menos graves. No hagan la vista gorda ante este agravio. Se lo rogamos: salven a Estados Unidos de América. Exijan la celebración de nuevas elecciones y un margen de 48 horas para que la Junta acepte. En caso contrario, macháquenlos al más pu­ro estilo de la fuerza aérea americana.

COMO ORGANIZAR EL CONTRAGOLPE
Nosotros, el pueblo, con una implicación de sólo un par de horas a la semana, podemos animar un mar de fondo que acabe por hundir a la Junta Bush/Cheney. He aquí lo que puede usted hacer a título individual:

1.  Póngase en contacto con sus representantes cada semana, y consiga que sus amigos hagan lo mismo. Los senadores, miembros del Congreso y otros altos funcionarios prestan mucha atención a las llamadas, cartas y telegramas' que reciben. Cada día les llega una selección de mensajes de sus votantes. Con sólo dedicar unos minutos semanales, usted puede hacer oír su voz.
El clamor popular puede parar en seco el programa de Bush, y unos cientos de cartas pueden poner en marcha ese clamor. De hecho, ya han sido desestimadas varias medidas de Bush gracias a la desaprobación popular. ¡FUNCIONA! Basta de quejarse: hagamos algo. Hoy mismo, seleccione un tema que le preocupe y haga lo siguiente:
a. Llame al 202‑224‑3121, centralita del Capitolio. Deles su código postal y le pasarán con su representante.
b. Escriba a Oficina del senador [nombre], Senado de Estados Unidos de América, Washington, D. C 20510; o a Oficina del representante [nombre], Cámara de los Representantes de Estados Unidos de América, Washington D. C, 20515.

2. Siga a Bush a sol y a sombra. Si se entera de que Junior viene a su ciudad, organice a un grupo de amigos para protestar. Recuerde a los medios de comunicación que Bush no está gobernando por voluntad del pueblo. Sea escandaloso y divertido. Lleve pancartas, organice pantomimas, juicios simulados... Muéstrele que no hay lugar donde esconderse de la verdad.

3. Fuerce a los demócratas a que hagan su trabajo. Obvia­mente, el modo más fácil de contrarrestar el golpe está en conseguir que la «oposición» plante cara como es debido. Pero no va a ser fácil: hoy día los demócratas dedican poco tiempo a todos aquellos que no pueden acudir a sus banque­tes de 1.000 dólares el cubierto. Siga estos pasos para encauzar a los demócratas por el buen camino:

Intervenga. Visite mi página web (www.michaelmoore. com) y firme la petición online que desafía a los demócratas en el Congreso a enfrentarse a Bush/Cheney, bajo amenaza de retirarles su escaño y apoyar a los verdes allí donde los demócratas no son más que republicanos disfrazados.
Hágase con el poder en su sección local del Partido Demócrata. En la mayor parte de los condados, la sección local del Partido Demócrata está dirigida por un reducido número de personas porque la mayoría no se digna aparecer. Asista con diez amigos al próximo encuentro del con­dado o de la ciudad, Con toda probabilidad, su pandilla se constituirá en mayoría. Sírvase de las reglas y estatutos del partido (que a menudo pueden hallarse en la red) y tome el control.

4. Preséntese como candidato. Exacto: USTED, que está leyen­do este libro (si se da la casualidad de que es estadounidense). Es el único modo de cambiar las cosas. A menos que la gente decente y normal se presente a los puestos de gobierno, el cargo siempre acabará en manos de vándalos. ¿De qué sirve que nos quejemos de los políticos choriceros si no estamos dispuestos a hacer su trabajo? Salte al ruedo. Puede presentarse a la junta escolar, al ayuntamiento, a la tesorería del condado, a la comisión de alcantarillado, a secretario municipal o del condado, a la junta estatal de educación, a secretario de Estado, gobernador, miembro del Congreso, senador de Estados Unidos, incluso a la perrera municipal. En cualquier caso, el cargo al que no debe dejar de optar es el de delegado de su circunscripción electoral. Cada distrito electoral de EEUU. elige delegados de los dos partidos; puede que sea el cargo oficial más bajo, pero constituye la base sobre la que se erige todo el castillo de naipes. Determinados delegados son seleccionados para acudír a los congresos nacionales del partido, donde se elige a los candidatos presidenciales: usted debe ser uno de ellos.
Que conste que lo mío no es sólo de boquilla: ya he puesto manos a la obra y he conseguido que una docena de amigos lo hagan también en sus circunscripciones. Se necesita un buen número de firmas para que un nombre llegue a figurar en una papeleta, y los requisitos varían. En todo caso, hay tan poca gente que vote en las primarias ‑y tantas circunscripciones que terminan sin candidato‑ que, a menudo, para ser elegido basta con hacer acto de presencia. De modo que diríjase a la junta electoral o a la oficina del secretario del condado y recoja unas solicitudes antes de que expire la fecha límite.
Éstas son sólo unas cuantas medidas para poner en marcha el contragolpe. Da igual sí lo hace como demócrata, como verde o como mero ciudadano cabreado; lo importante es alzarse e ir a por ellos

Cap 2. QUERIDO GEORGE
CARTA ABIERTA AL “PRESIDENTE” GEORGE W. BUSH
Querido gobernador Bush:
Tú y yo somos como de la familia. Nuestra relación personal se remonta a muchos años atrás, aunque ninguno de los dos se haya molestado en airearla; nadie se lo creería.
Sin embargo, mi vida quedó profundamente marcada por algo muy personal que la familia Bush hizo por mí. Doy un paso adelante y confieso: vuestro primo Kevin fue el director de fotografía de Roger & Me.[6]
Cuando hice la película, no sabía que tu madre y la de Kevin eran hermanas. Sólo pensé que Kevin, a quien conocí cuando filmaba la quema de una cruz por parte del Ku Klux Klan en Michigan, era uno de esos artistas bohemios que viven en Greenwich Village. Ya había realizado una película espléndida, Atomic Café, y casi en broma le pedí que viniese hasta Flint, Michigan, para enseñarme a filmar. Para mi sorpresa, aceptó y, durante una semana del año 1987, Kevin Rafferty y Anne Bohlen anduvieron por todo Flint adiestrándome en el manejo del equipo y dándome consejos preciosos para dirigir un documental. Sin la generosi-dad de tu primo, Roger & Me nunca se habría hecho rea-lidad.
Recuerdo el día en que tu papá fue investido presidente. Yo estaba montando la película en una sala infecta de Washington y decidí encaminarme hacia el Capitolio para presenciar el juramento de su cargo ¡Aluciné en colores al ver a tu primo Kevin, mi mentor, sentado junto a ti en el estrado! También recuerdo que los Beach Boys interpretaron Wouldn't It Be Nice en un concierto gratuito organizado en el Mall de Washington en honor del nuevo presidente. De nuevo en la sala de montaje, mi amigo Ben no cabía en sí de gozo por la ocurrencia de usar esa misma canción sobre escenas de la devastación causada en la ciudad de Flint por la deserción de General Motors.

Meses después, cuando se estrenó la película, tu papá, el presidente, mandó que le enviaran una copia a Camp David para poder verla en familia. Cómo me hubiese gustado poder espiaros en el salón mientras contemplabais los estragos y el desaliento que se habían adueñado de mi ciudad natal gracias, en buena medida, a las decisiones tomadas por el señor Reagan y por tu padre. En ese sentido, hay algo que siempre he deseado saber. Al final de la película, cuando el ayudante del sheriff echaba a la calle los regalos y el árbol de Navidad de los niños sin techo porque debían 150 dólares de alquiler, ¿se llegaron a derramar lágrimas en la sala? ¿Alguien se sin-tió responsable de aquello? ¿O se limitaron todos a pensar «¡Eres un cámara cojonudo, Kev!»?

Bueno, eso era a finales de los ochenta. Acababas de dejar la botella y, tras algunos años de sobriedad, tratabas de «encontrarte a ti mismo» con ayuda de papá: una empresa petrolera por aquí, un equipo de béisbol por allí... Yo ten-go perfectamente claro que nunca tuviste la intención de ser presidente. En uno u otro momento, todos tenemos que de-sempeñar un trabajo que no nos gusta. ¿A quién no le ha pasado?

De todos modos, para ti debe de ser distinto. En definitiva, no se trata únicamente de que no quieras estar allí, sino de que te ves rodeado de la misma panda de carrozas que en otra época gobernó el mundo con papi. De todos esos hombres que se pasean por la Casa Blanca -Dick, Rummy, Colin-, no hay uno solo que sea amigo tuyo. Son los viejos chochos que papi solía invitar a casa para compartir un buen puro y una botella de vodka mientras soñaban con masacrar a bombazos a los panameños.

¡Tú eres uno de nosotros: un miembro de la generación de la posguerra, un estudiante mediocre, un juerguista! ¿Qué demonios haces con esa gente? Se te están comiendo vivo y te van a escupir como un hueso de aceituna. Probablemente no te dijeron que el recorte de los impuestos pergeñado por ellos para que tú lo firmaras era un timo para estafar dinero a la clase media y entregárselo a los más ricos. Y eso que a ti no te hace falta más dinero, gracias al yayo Prescott Bush y a su mercadeo con los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial.[7]

Sin embargo, todos esos tipos que te ofrecieron una cifra récord de 190 millones de dólares para tu campaña (dos terceras partes de los cuales procedían de sólo setecientos in-dividuos), la quieren recuperar reduplicada. Te van a acosar como perros en celo para asegurarse de que cumplas con el dictado. Puede que tu predecesor tuviera la desfachatez de alquilar el dormitorio de Lincoln a Barbra Streisand, pero eso no es nada: antes de que te enteres, tu colega, el presidente en funciones Cheney, les entregará las llaves del ala Este de la Casa Blanca a los directivos de AT&T, Enron y ExxonMobil.

Tus críticos se ceban contigo por echar la siesta y acabar tu jornada laboral hacia las 4.30 de la tarde. Deberías decirles que no haces más que instaurar una nueva tradición americana: ¡siestas para todos, y todo el mundo en casa a las cinco! Créeme: si lo haces se te recordará como el mejor presidente de la historia. ¿Cómo se atreven algunos a insinuar que no pegas golpe? ¡Mentira! No he visto a un presidente más atareado que tú. Actúas como si tus días en el poder estuviesen contados. Con el Senado en manos demócratas y la Cámara de Representantes a punto de seguir el mismo camino en las elecciones legislativas del año 2002, debes tratar de ver la botella medio llena (es un decir): todavía te quedan dos años antes de que todos esos ganadores resentidos que votaron por Gore te echen a patadas.

Aunque apenas llevas unos meses en el poder, la lista de tus logros es abrumadora:

* Has reducido en 39 millones de dólares el gasto federal dedicado a bibliotecas.
* Has recortado 35 millones de dólares de fondos para la formación pediátrica avanzada de los médicos.
* Has recortado en un 50 % los fondos destinados a la investigación sobre fuentes de energía renovable.
* Has aplazado la aprobación de leyes para la reducción de los niveles «aceptables» de arsénico en el agua potable.
* Has recortado en un 28 % los fondos de investigación para el diseño de vehículos más limpios y seguros.
* Has abrogado normas que conferían un mayor poder al gobierno para negar contratos a empresas que violan leyes federales y medioambientales y no garantizan unos mínimos de seguridad laboral.
* Has permitido que la secretaria de Interior Gale Norton solicite la apertura de parques nacionales para que en ellos se puedan talar árboles, abrir minas de carbón y hacer perforaciones para extraer gas natural.
* Has roto tu promesa de campaña de invertir 100 millones de dólares al año en la conservación forestal.
* Has reducido en un 86 % el Community Access Program, que coordinaba la ayuda sanitaria a personas sin cobertu-ra médica a través de hospitales públicos, clínicas y otros centros sanitarios.
* Has invalidado una propuesta para facilitar el acceso público a información acerca de las consecuencias potenciales de accidentes en plantas químicas.
* Has recortado en 60 millones de dólares los programas de vivienda social.
* Te has negado a ratificar el Protocolo de Kioto de 1997, firmado por 178 países para frenar el calentamiento global.
* Has rechazado un acuerdo internacional para reforzar el tratado de 1972 que prohíbe la guerra bacteriológica.
* Has recortado en 200 millones los programas de formación profesional para trabajadores desplazados.
* Has retirado 200 millones destinados al programa Childcare and Development que ofrece servicio de guardería a familias de bajos ingresos.
* Has negado a los funcionarios la cobertura médica de los anticonceptivos que precisan receta (aunque la Viagra sigue estando cubierta).
* Has recortado 700 millones de los fondos para reparaciones en viviendas sociales.
* Has reducido en 500.000 millones de dólares el presupuesto de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente.
* Has anulado las reglas laborales «ergonómicas» diseñadas para proteger la salud y seguridad de los trabajadores.
* Has incumplido tu promesa de campaña de regular las emisiones de dióxido de carbono, factor determinante del calentamiento global.
* Has prohibido toda ayuda federal destinada a organizaciones internacionales de planificación familiar que ofrecen asesoramiento para abortar y otros servicios con sus propios fondos.
* Has nombrado al ex ejecutivo de la industria minera Dan Lauriski como subsecretario de Trabajo para la Salud y la Seguridad en las Minas.
* Has nombrado subsecretaria de Interior a Lynn Scarlett, escéptica acerca del calentamiento global y contraria a la implantación de normas más estrictas contra la contaminación del aire.
* Has aprobado el controvertido plan de la secretaria de Interior Gale Norton para subastar terrenos del litoral orien-tal de Florida a empresas relacionadas con la industria del gas y el petróleo. Has anunciado tus planes para permitir prospecciones petrolíferas en el parque nacional Lewis and Clark de Montana.
* Has amenazado con cerrar la oficina del sida de la Casa Blanca.
* Has decidido prescindir del asesoramiento de la Asociación de Abogados de Estados Unidos para los nombramientos judiciales federales.
* Has denegado ayuda económica a estudiantes declarados culpables de faltas menores relacionadas con las drogas (a pesar de que asesinos confesos pueden seguir optando a esa ayuda económica).
* Has destinado un mero 3 % de la cantidad solicitada por los letrados del Departamento de Justicia para los con-tinuados litigios de la administración contra las tabaca-leras.
* Has proseguido con tu recorte de los impuestos, un 43 % del cual beneficia al 1 % de los estadounidenses más ricos.
* Has firmado un proyecto de ley que dificultará a los americanos pobres y de clase media declararse en bancarrota, incluso cuando tengan que pagar facturas médicas elevadas.
* Has nombrado a la enemiga de la discriminación positiva Kay Cole James como directora de la Oficina de Gestión de Personal.
* Has reducido en 15,7 millones de dólares los programas destinados a la asistencia de niños maltratados.
* Has propuesto la eliminación del programa Reading is Fundamental («la lectura es imprescindible», que distribuye libros gratuitos entre los niños de familias pobres.
* Has impulsado el desarrollo de armas nucleares menores, diseñadas para atacar objetivos subterráneos, lo que supone una violación del tratado contra pruebas nucleares.
* Has tratado de revocar normas que protegen 25 millones de hectáreas de parques naturales de la explotación forestal y de la construcción de carreteras.
* Has nombrado a John Bolton, contrario a los tratados de no proliferación armamentística y a la ONU, subsecretario de Estado para el Control de las Armas y la Seguridad Internacional.
* Has convertido a la ejecutiva de Monsanto Linda Fisher en administradora adjunta de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente.
* Has nombrado juez federal a Michael McConnell, destacado crítico de la separación entre Iglesia y Estado.
* Has nombrado juez federal a Terrence Boyle, que se ha opuesto a los derechos civiles.
* Has cancelado la fecha límite de 2004 para que las empresas automovilísticas desarrollen prototipos de bajo consumo.
* Has nombrado zar antidroga a John Walters, ferviente detractor de los programas de rehabilitación de presos drogadictos.
* Has designado subsecretario de Interior a J. Steven Giles, miembro de los grupos de presión con intereses petrolíferos y carboníferos.
* Has nombrado a Bennett Raley, que pretende revocar la Ley de Especies en Peligro de Extinción, subsecretario de Interior para el Agua y la Investigación Científica.
* Has pretendido que se desestime una querella presenta-da en Estados Unidos contra Japón por parte de mujeres asiáticas forzadas a trabajar como esclavas sexuales durante la Segunda Guerra Mundial.
* Has nombrado procurador general del Estado a Ted Olson, tu principal abogado en la debacle electoral de Florida.
* Has propuesto la simplificación del trámite de permisos para construir refinerías y presas nucleares e hidroeléctricas, lo que implica la reducción de las normas de protección del medio ambiente.
* Has propuesto la venta de áreas protegidas en Alaska que cuentan con reservas de petróleo y gas.

¡Caray! Qué pedazo de lista, ¿no? ¿De dónde sacas tanta energía? (Son las siestas, ¿a que sí?)

Naturalmente, muchas de estas medidas han recibido el beneplácito de los demócratas, a quienes más adelante les dedico unas líneas.

Pero ahora mismo lo que me ocupa y preocupa eres tú. Trata de recordar: ¿cuál fue tu primera disposición como «pre-sidente»? Antes de subir al coche para dar el tradicional paseo por la avenida Pennsylvania en tu desfile inaugural, insististe en que alguien desatornillase la matrícula de la limusina, pues en ella se podía leer el lema «Apoya a Washington D. C. como estado federal». ¿Qué te pasa? ¡Es el día más importante de tu vida y te picas por una matrícula! Relájate, fiera.

En todo caso, sospecho que me empecé a preocupar por ti mucho antes de aquel día. Durante tu campaña, salieron a la luz una serie de inquietantes revelaciones relativas a tu comportamiento. Finalmente, se diluyeron, pero yo sigo algo inseguro respecto a tu capacidad para ejecutar debidamente tu trabajo. No lo tomes como moralina -para eso ya está Cheney-; no se trata más que de una sincera muestra de interés por parte de un buen amigo de la familia.
Iré al grano: me temo que puedas representar una amenaza para nuestra seguridad nacional.
Quizá te parezca una aseveración temeraria, pero yo no digo estas cosas a la ligera. No tiene nada que ver con nuestras leves desavenencias acerca de la ejecución de gente inocente o de la conversión de Alaska en una plataforma petrolífera. No pongo en entredicho tu patriotismo (no se puede dejar de amar un país que se ha portado tan bien contigo).
Me refiero más bien a una serie de comportamientos que muchos de los que te apreciamos hemos presenciado a lo largo de los años. Algunos de estos hábitos no representan ninguna sorpresa, otros están fuera de tu control y otros, lamentablemente, son muy comunes entre nosotros, los estadounidenses.
Puesto que tienes al alcance de la mano El Botón que podría hacernos saltar a todos en pedazos, y visto que tus decisiones tienen consecuencias de gran calado para la estabilidad del mundo, me gustaría formularte tres espinosas preguntas, y desearía que respondieses con franqueza.

1. George, ¿eres capaz de leer y escribir como un adulto?
A mí y a muchos otros nos parece que el tuyo es, tristemente, un caso de analfabetismo funcional. No es nada de lo que dedebas avergonzarte, pues estás bien acompañado (no hay más que contar las erratas de este libro). Millones de americanos tienen un nivel de alfabetización de cuarto de primaria. No es de extrañar que dijeses aquello de «que ningún niño se quede atrás»; ya sabías de qué iba.
Pero déjame preguntarte esto: si te cuesta entender los complejos informes que recibes en calidad de líder del Mundo Cuasi-Libre, ¿cómo podemos llegar a confiarte nuestros secretos militares?
Todos los indicios de analfabetismo son evidentes, y nadie te ha desautorizado por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de la infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste.
Desgraciadamente, ese libro no se publicó hasta un año después de que te licenciaras.
Luego está la cuestión de tus expedientes universitarios, si es que son realmente los tuyos. ¿Cómo conseguiste entrar en Yale cuando otros aspirantes de 1964 tenían una media mucho mejor que la tuya?
Durante la campaña, cuando te pidieron que nombraras los libros que estabas leyendo en aquel momento, respondiste valerosamente, pero ante las preguntas sobre sus contenidos no supiste qué decir. No me sorprende que tus asesores te prohibieran participar en nuevas ruedas de prensa a dos meses del final de campaña. Tenían miedo de las preguntas... pero le acosaban tus respuestas.
Una cosa está clara: tu sintaxis es abstrusa hasta el punto de hacer inaprensible el discurso. Al principio, el modo en que mutilabas palabras y frases resultaba simpático, casi encantador. Sin embargo, ha cobrado tintes alarmantes con el tiempo. Así, un buen día, en una entrevista te cargaste décadas de política exterior americana en Taiwan al decir que estábamos dispuestos a hacer «lo que fuera» para defender la isla y sugerir incluso qué quizá mandaríamos unas tropas. Por Dios, George, el mundo enteró se puso en alerta roja.
Si vas a ser el comandante en jefe, tienes que ser capaz de comunicar tus órdenes ¿Qué sucedería si se repitieran estas meteduras de pata? ¿Sabes lo fácil que sería convertir un paso en falso en una pesadilla para la seguridad nacional? No es de extrañar que quieras incrementar el presupuesto del Pentágono, pues vamos a necesitar todo el arsenal posible cuando des la orden de «limpiar» a los rusos de la faz de la Tierra después de haberte manchado la corbata de ensaladilla rusa.
Tus asistentes han declarado que no lees sus informes y que les pides que lo hagan por ti. Como primera dama, tu madre colaboró activamente con los programas de alfabetización. ¿Cabe pensar que conocía bien la dificultad de educar a un niño que no sabía leer?
No lo tomes como algo personal. Quizá se trate de una discapacidad. No hay que avergonzarse por ello. Además, yo también creo que un disléxico puede ser presidente de Es­tados Unidos. Albert Einstein era disléxico, y también lo es Jay Leno‑[8] (caray, Leno y Einstein en una misma oración: ¿ves cómo el lenguaje puede resultar divertido?).
En cualquier caso, si te niegas a recibir ayuda, me temo que puedas llegar a representar un riesgo intolerable para el país. Necesitas ayuda. ¡Necesitas el graduado escolar!
Dinos la verdad y cada noche vendré a leerte algo antes de acostarte.

2. ¿Eres un alcohólico? En caso afirmativo, ¿cómo afecta esa condición a tus funciones como comandante en jefe?
Tampoco aquí pretendo señalar con el dedo, avergonzar ni faltar al respeto a nadie. El alcoholismo es un problema grave; afecta a millones de ciudadanos americanos, gente a la que conocemos y queremos. Muchas de esas personas logran superar su enfermedad y llevar vidas normales. Los alcohólicos pueden ser ‑y han sido‑ presidentes de Estados Unidos. Admiro sinceramente a cualquiera que consiga vencer una adicción de este género. Tú has reconocido que no pue­des controlar el alcohol y que no has probado una gota desde que cumpliste cuarenta años. Felicidades.
También nos has dicho que solías «beber demasiado» y que, finalmente, te diste cuenta de que «el alcohol empezaba a mermar mis energías y podía llegar a enturbiar mi afecto por otras personas». He aquí la definición de un alcohólico. Esto no te descalifica para ser presidente, pero requiere que respondas a algunas preguntas, especialmente después de pa­sar años ocultando el hecho de que en 1976 te detuvieron por conducir bebido.
¿Por qué no empleas la palabra alcohólico? Después de todo, ése es el primer paso hacia la rehabilitación. ¿Qué medidas preventivas has tomado para no descarriarte? Ser presi­dente de Estados Unidos es uno de los trabajos más estresantes del mundo ¿Qué has hecho para garantizar que podrás resistir la presión y la ansiedad que conlleva ser el hombre más poderoso del mundo?
¿Cómo podemos saber que no echarás mano de la botella cuando tengas que enfrentarte a una crisis seria? Nunca has desempeñado un trabajo así. De hecho, durante veinte años, que yo sepa, no has desempeñado trabajo alguno. Cuando dejaste de holgazanear, tu papá te enchufó en la industria petrolera hasta que hundiste algunas empresas y, en­tonces, te aupó a la presidencia de un equipo de béisbol, trabajo que te obligaba a sentarte en una caseta para presenciar un montón de lentos y cansinos partidos.
Como gobernador de Texas, dudo que tuvieras mucho estrés, pues tampoco hay mucho que hacer. Se trata de una ocupación prácticamente ceremonial. ¿Cómo afrontarás una nueva amenaza para la seguridad mundial? ¿Tienes un patrocinador al que llamar? ¿Hay alguna reunión a la que debas asistir? No hace falta que contestes a las preguntas, sólo quiero que me asegures que tú mismo te las has formulado alguna vez.
Ya sé que todo esto es muy personal, pero el pueblo tiene derecho a saber. A quienes alegan que todo eso pasó hace ya veinte años y forma parte de su vida privada, les diré algo: a mí me atropelló un conductor borracho hace veintiocho años y hasta la fecha sigo sin poder extender completamente mi brazo derecho. Lo siento, George, pero cuando te pones al volante borracho, el tema deja de ser tu vida privada para pasar a ser la mía y la de mi familia.
Los responsables de tu campaña ‑de tu acceso al poder‑ trataron de cubrirte las espaldas, mintiendo a la prensa acerca de la naturaleza de tu detención por conducir bajo los efectos del alcohol. Aseguraron que el policía que te arrestó te instó a detenerte porque «conducías demasiado lento»; aunque el agente en persona declaró que fue porque ibas dando bandazos hacia la cuneta. Tú mismo te apuntaste a negar los hechos cuando te interrogaron acerca de la noche que pasaste en la cárcel.
«No he estado en la cárcel», insististe. El agente le contó al periodista interesado que te esposaron, te llevaron a comisaría y allí te encerraron durante al menos una hora y media ¿Cómo es posible que no te acuerdes?
No se trata de una simple multa de tráfico. No puedo creer que tus asesores diesen a entender que la acusación por conducir borracho no era tan grave como las transgresiones de Clinton. Quizás esté mal mentir acerca de un encuen­tro sexual que tuviste con otro adulto estando casado, pero no es lo mismo que sentarse al volante de un coche en estado de ebriedad y poner en peligro las vidas de los demás (incluida, George, la vida de tu hermana, que iba contigo en el coche).
Y, a pesar de lo que dijeron tus defensores antes de las elecciones, lo que hiciste no es comparable con la falta que confesó Al Gore, que fue la de haber fumado hierba cuando era joven. A menos que éste condujera totalmente colocado, no estaba poniendo en peligro la vida de otros. Además, nunca intentó encubrirlo.
Has tratado de restar importancia al incidente diciendo «son locuras de juventud». Pero tenías más de treinta años.
El día en que tu detención se hizo pública, poco antes de las elecciones, daba pena verte fanfarronear risueño mien~ tras tratabas de achacar tu acción irresponsable al «error juvenil» de haber estado tomando unas cervezas con los amigotes. Me entristecí al pensar en las familias del medio millón de personas que han muerto bajo las ruedas de borrachos como tú desde que viviste aquella «aventurilla». Gracias a Dios que sólo seguiste bebiendo durante algunos años más después de «haber aprendido la lección». También pienso en lo mucho que habrás hecho sufrir a tu esposa, Laura. Bien sabe ella lo peligroso que puede ser ponerse al volante. A los diecisiete años mató a una amiga del instituto al pasarse un stop y atropellarla. Confío en que buscarás su orientación tan pronto como te sientas abrumado por el trabajo (hagas lo que hagas, no le pidas consejo a Dick Cheney: ha sido arrestado en dos ocasiones por conducir borracho).
Por último, tengo que confesarte lo mal que me sentí cuando, en aquella frenética semana antes de las elecciones, te escudaste en tus hijas para eludir el tema. Dijiste que te preocupaba que tu historial de embriaguez sentara un mal ellas. Sin duda este secretismo ha dado sus frutos, como demuestran las diferentes ocasiones en que las mellizas han sido detenidas este año por posesión de alcohol. En cierto modo, admiro su rebeldía. Te lo pidieron, te lo rogaron, te advirtieron: «Papá, por favor, no te presentes a la presidencia. No arruines nuestras vidas» Pero lo hiciste. Sucedió. Ahora, como en todos los cuentos de quinceañeras, diente por diente.
El locutor del noticiarlo de Saturday Night live[9]  lo expresó mejor que nadie: «George Bush ha dicho que no confesó su condena por conducir borracho por temor a lo que sus hijas pudieran pensar de él. Prefería que lo considerasen un fracasado en los negocios que, por el momento, se dedicaba a ejecutar gente»
Pues nada. Apúntate a Alcohólicos Anónimos, y lleva a tus hijas contigo. Os recibirán con los brazos abiertos.

3. ¿Eres un delincuente?
En 1999, cuando se te interrogó acerca de tu presunto consumo de cocaína, alegaste que no habías cometido «ningún delito en los últimos veinticinco años». Con todo lo que hemos aprendido acerca de respuestas esquivas en los últimos ocho años, una contestación así llevaría a un observador lúcido a presuponer que los años anteriores fueron otra cosa.
¿Qué delitos cometiste antes de 1974, George?
Insisto: no lo pregunto para que se te castigue. Me preocupa que tal vez guardes algún secreto sórdido y oscuro, pues en ese caso estarías suministrando munición a quienquiera que lo desvele. Si alguien se enterase de tus secretillos, podría servirse de ellos para hacerte chantaje. Y eso te convierte en una amenaza para la seguridad nacional.
Hazme caso: alguien descubrirá lo que escondes y, cuando lo haga, será un peligro para todos. Tienes el deber de revelar la naturaleza del delito que cometiste, sea cual sea.
En otro orden de cosas, recientemente impusiste como requisito que cualquier aspirante a una beca universitaria respondiese a una pregunta en la solicitud que dice: «¿Has cometido alguna vez un delito relacionado con las drogas?» Si la respuesta es afirmativa, se le deniega la posibilidad de acceder ala ayuda económica. Eso quiere decir que muchos de ellos verán bloqueado su acceso a la enseñanza superior por haberse fumando un canuto. Según tus nuevas directrices, Jack el Destripador todavía puede optar a la beca, pero un cándido fumeta no.
¿No te parece un gesto algo hipócrita? No puede ser que les niegues una educación superior a miles de chicos cuyo único delito fue hacer lo que tú mismo das a entender que hiciste a su edad. Vaya jeta. Visto que te vamos a pagar 400.000 dólares anuales hasta el 2004 ‑del mismo fondo federal que sirve para  pagar las becas universitarias‑, me parece justo plantearte esta pregunta: ¿se te ha acusado alguna vez de vender drogas (sin contar el alcohol o el tabaco) o de estar en posesión de ellas?
George, sabemos que te han arrestado tres veces y yo no conozco a nadie, aparte de algunos amigotes pacifistas, que haya estado en comisaría en tres ocasiones.
Además de por conducir bajo los efectos del alcohol, te han detenido por robar una guirnalda navideña con otros compañeros de tu hermandad universitaria para gastar una broma. ¿De qué va todo eso?
Tu tercer arresto se debió a conducta inadecuada durante un partido de fútbol americano. Esto es lo que, de verdad, no entiendo ¡No hay nadie que no se comporte de manera ina­propiada en un partido de fútbol americano! He asistido a muchos y me han derramado encima más de una cerveza, pero hasta hoy no he visto que detengan nadie. Para hacerse notar entre una turba de hinchas mamados, hay que aplicarse al máximo.
George, tengo una teoría sobre cómo y por qué te está sucediendo todo esto.
En lugar de ganarte la presidencia, te la regalaron. Así es como has conseguido todo en la vida. Dinero y apellido te han abierto todas las puertas. Sin esfuerzo, trabajo, inteligencia ni ingenio, se te ha legado una existencia privilegiada.
      En seguida aprendiste que todo lo que tiene que hacer alguien como tú en Estados Unidos es presentarse. Te admitieron en un exclusivo internado de Nueva Inglaterra por el simple hecho de apellidarte Bush. No tenías que ganarte el puesto: te lo compraron.
      Cuando ingresaste en Yale, aprendiste que podías pasar les la mano por la cara a estudiantes con mayores méritos que habían hincado los codos durante diez años para que los aceptasen en esa universidad. No lo olvides: eres un Bush.                                                                                                           Entraste en la Facultad de Empresariales de Harvard del mismo modo. Después de cuatro años erráticos en Yale, ocu paste la plaza que le pertenecía a otro.
      Entonces, nos quisiste hacer creer que habías hecho el servicio militar en la Guardia Nacional Aérea de Texas. Lo que no dijiste fue que un día te escabulliste y ya no te reincorporaste a tu unidad: un año y medio de ausencia, según el Boston Globe. No cumpliste con tus obligaciones militares porque tu nombre es Bush.
      Tras varios «años perdidos» que no aparecen en tu biografía oficial, tu padre y otros miembros de la familia te regalaron un trabajo tras otro. Por más empresas que arruinabas, siempre había otra esperándote.
      Por fin, acabaste como socio propietario de un gran equipo de béisbol ‑otro obsequio‑ a pesar de que sólo aportaste una centésima parte del dinero. A continuación estafaste a los contribuyentes de Arlington, Texas, para que te ofrecieran otro donativo: un estadio nuevo de miles de millones de dólares que no tuviste que pagar.
      No me extraña que te creyeras merecedor del cargo presidencial. Como no te lo ganaste, te pertenecía por derecho. No te culpo por ello, es la única vida que conoces.
      La noche de las elecciones, mientras la balanza electoral se inclinaba a uno y otro lado, declaraste a la prensa que tu hermano te había asegurado que Florida era tuya. Si un miembro de la familia Bush lo decía, debía ser cierto.
Pero no lo era. Y cuando alguien te Iluminó con la noción de 4ue únicamente el voto del pueblo puede legitimar la presidencia, te saliste de tus casillas. Mandaste a tu sicario James Baker «que se Jodan los judíos, nunca nos votan>~, fue el consejo que un impartió a papá en el 92) para que empezara a soltar mentiras y atizara los temores de la nación. Al ver que eso no funcionaba, acudiste al Tribunal Federal y presentaste una demanda para que se detuviera el escrutinio de votos, porque sabías cómo iba a acabar. Si hubieras confiado en el respaldo de la gente, no te habría importado que se prosiguiera con el recuento.
Lo que de verdad me asombra es que te hayas encomendado a la mala gente del gobierno federal para que te ayudara. Tu lema a lo largo de la campaña había sido: «Mi oponente confía en el gobierno federal. Yo confío en vosotros, ¡el pueblo!»
Pues bien, pronto descubrimos la verdad. Tú no confiabas en el pueblo para nada. Te fuiste directo al Tribunal Fe­deral a reclamar lo que era «tuyo». Al principio, los jueces de Florida no picaron y alguien te dijo «no», quizá por primera vez en tu vida.
Pero como ya hemos visto, los amigos de papá en el Tribunal Supremo estaban allí para arreglarlo todo.
En resumen: has sido un borracho, un ladrón, posiblemente un delincuente, un desertor impune y un llorica. El veredicto quizá te parezca cruel, pero es que el amor puede ser despiadado.
Y por amor de todo lo que es sagrado y decente, chico, te animo a que presentes tu dimisión inmediatamente y res­tituyas el buen nombre de tu familia todopoderosa. Haz que todos aquellos que aún creemos que existe una pizca de decencia en el clan nos sintamos orgullosos al comprobar que un Bush con sentido común es mejor que un Bush común y consentido.

Atentamente,
MICHAEL MOORE




[1] * En español en el original. (N. del T)
[2] Magistrado notoriamente conservador del Tribunal Supremo. (N. del T)
[3] * Capital del estado de Florida. (N. del T)
[4] * Ashcroft se presentó a la reelección como senador por Misuri en 2000. Su rival, el demócrata Mel Carnahan, murió en un accidente de aviación unas dos semanas antes de las elecciones, lo que no le impidió vencer a Ashcroft (no hubo tiempo de retirar su nombre de las papeletas). Su viuda, Jean, accedió al cargo en su lugar. (N. del T)
[5] * Hace alusión al uso de estos instrumentos en prácticas abortistas precarias derivadas de la prohibición del aborto. (N. del T
[6] * Documental de Michael Moore en el que narra la decadencia económica de su ciudad natal, Flint, Michigan, tras el desmantelamiento de la fábrica de General Motors. (N. del T.)
[7] A finales de la década de los treinta y a lo largo de los cuarenta, Prescott Bush, padre de George I y abuelo de W., fue uno de los siete directores de la Union Banking Corporation, propiedad de industriales nazis. Tras filtrar el dinero por medio de un banco holandés, escondieron unos 3 millones de dólares en el banco de Bush. Dado su puesto preeminente, es sumamente improbable que Bush no estuviera al corriente de la conexión nazi. Finalmente, el gobierno expropió los activos y el banco se disolvió en 1951, después de lo cual Prescott Bush -y su padre, Sam Bush- recibieron 1,5 millones de dólares.
[8] Conocido humorista y presentador de un programa nocturno de entre­vistas de la cadena CBS. (N. del T
[9] Mitío programa satírico que emite la cadena NBC cada noche de sábado (N del T)

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